Lee aquí los dos primeros capítulos de

Entre Sombras

¡Esperamos que los disfrutes!

 

Capítulo 1

 

—Gale, vamos a llegar tarde —Rachel oyó cómo su voz subía de tono e intentó calmarse tal y como le había enseñado su terapeuta. Pero se rindió tras la primera exhalación. Se apartó de su hijo y se giró hacia su marido que merodeaba en la puerta de la cocina—. Tenemos cita con la directora a las nueve y media, te acuerdas ¿no?

Su marido se quedó inmóvil, con un triángulo de pan tostado a medio camino entre su mano y la boca. Siempre se tomaba la molestia de cortar la tostada en triángulos, era una de las cosas que más le habían gustado a Rachel de él, cuando eran felices. No como ahora.

—Te dije que tenía una reunión —contestó sin mirarla a los ojos.

—Sí, y yo te dije que hoy teníamos que hablar con la directora. —Su voz sonaba impaciente con una nota de incredulidad—. Mañana es el aniversario de Layla —continuó con las manos en las caderas, pero mientras hablaba tuvo el vago recuerdo de que él le había dicho algo de una reunión que no podía cambiar y que si le importaba ir a la cita ella sola.

—Rachel, soy el director financiero. No puedo faltar a una reunión de finanzas. Y tenemos que ir a ver al inspector Clarke esta semana… —Dejó la tostada en la encimera y se frotó la cara.

Mientras tanto, el pobre Gale seguía sentado en el banco del pasillo intentando atarse los cordones los zapatos. Rachel dejó caer la cabeza entre las manos. Diez años y el niño seguía sin poder atarse los cordones. ¿Qué habían hecho mal? ¿En qué se habían equivocado tanto?

Agarró el zapato de Gale de mala manera. Él la miró mientras se le escapaba de las manos. Su rostro era la tristeza personificada, y sin embargo le recordaba tanto a Layla. Rachel se obligó a detenerse durante un instante para mirar al techo, un lugar neutro. Un espacio sin emociones. Dejó pasar unos segundos en la fantasía de que todo esto ocurría en realidad hacía dos años. En la versión tecnicolor de su vida, cuando eran dos hermanos los que se apresuraban a prepararse para ir al colegio. Discutiendo y riñendo, pero en el fondo todo bien con su vida.

 

Rachel le puso los zapatos a Gale y lo metió en el coche. Le había dicho que podía sentarse delante, si quería, pero él prefería ir en la parte de atrás, en el mismo lado en el que se había sentado cuando Layla estaba aún viva. Como si ella fuera a subirse al coche y sentarse a su lado en cualquier momento. 

Ni Rachel ni Gale hablaron durante el trayecto de kilómetro y medio hasta el colegio. El aparcamiento era limitado, pero desde la muerte de Layla, a Rachel le habían dado acceso al aparcamiento de profesores. Un gesto de comprensión por parte del colegio reservado únicamente a los más desgraciados.

—Te dejo en clase y me voy a ver a la señorita Townsend, ¿vale?

Gale asintió y abrió la puerta del coche. Era pequeño para su edad. Tan pequeño que necesitaba las dos manos para empujar la pesada puerta.

Mientras caminaban hacia el aula, Gale parecía estar en un lugar distinto al de los demás niños, que gritaban y charlaban con sus padres. Estaba flácido cuando aceptó el abrazo de su madre y desapareció en el interior. La profesora de su clase, una joven que se llamaba señorita Evans, ofreció a Rachel su ya característica torpe sonrisa.

 

Rachel había aprendido que el mundo, después de lo de Layla, se dividía en dos grupos: los que eran capaces de expresar verdadera compasión por la situación de la familia, estos eran la minoría, y aquellos que se sentían tan incómodos que reducían sus interacciones a una serie de expresiones que supuestamente pretendían transmitir comprensión. La señorita Evans pertenecía al segundo grupo. Sin embargo, no todo era malo. A Gale le habían asignado una profesora de apoyo especializada. La señora Gibbons era mayor y con mucha experiencia, y era capaz de mirar a Rachel a los ojos y comprender que había algo más en su vida que una hija muerta, pero que a su vez, aquel hecho lo afectaba a todo.

Rachel miró más allá de la señorita Evans en el aula ahora ya llena de niños, en busca de la ayudante de su hijo. Aquella mañana sentía la necesidad de ver una cara amiga, pero no la encontró.

—Me temo que la señora Gibbons no está aquí hoy.

De repente Rachel se dio cuenta de que la profesora se dirigía a ella.

—¿Perdón?

—La señora Gibbons está enferma. —La bonita boca de la señorita Evans se arrugó en un gesto de falsa tristeza, como si fuera una verdadera pena y algo que no se pudiera evitar—. ¿No se lo han comentado en la oficina?

—No. —En algún lugar dentro de Rachel un cóctel familiar de pánico y rabia comenzó a mezclarse—. No, no me han dicho nada.

Durante unos segundos, Rachel vio un posible futuro. Podía exigir saber quién ocuparía el lugar de la señora Gibbons, quién apoyaría a Gale hasta su regreso. Pero sabía que la respuesta era que nadie lo haría. El colegio no disponía de personal ilimitado, se lo habían recordado muchas veces en las reuniones y sesiones de apoyo desde que Layla había muerto. Así que, en lugar de quejarse, Rachel dejó que su alma se marchitara un poco más y se dio la vuelta.

 

Esperó en la recepción a la directora, intentando no acordarse de la primera vez que había estado en aquel espacio. Los tres, Rachel, su marido Jon y la precoz, brillante y maravillosa Layla con cuatro años, se habían sentado en aquellas mismas sillas, esperando a que la misma señorita Townsend los llevara a visitar el colegio.

Era una locura, había estado allí docenas de veces desde entonces, antes de que Layla muriera también, pero siempre le venía esa imagen. Tenía algo que ver con la esperanza que había sentido entonces, la sensación de que aquel colegio era el definitivo. El lugar donde Layla crecería y conocería a sus amigos, construiría los cimientos de su educación, actuaría en las obras de Navidad. Este sería el espacio que moldearía a Layla para convertirla en la adolescente que llegaría a ser, en la hermosa joven adulta que vendría después… y más allá, ¿quién sabía?

Rachel y Jon tenían la sensación de que su hija había sido seleccionada de algún modo para un futuro muy especial, aunque no sabían cuál sería. Había habido algo único en ella desde el principio, y no era irracional pensar que tal vez tuviera algo parecido a un destino.

Y ahora, esta mañana, la mente de Rachel se llenaba de recuerdos de cómo su hija le había agarrado su mano aquel día.

Antes de que se diera cuenta, Rachel estaba llorando; no el llanto a lágrima viva que todavía seguía produciéndose, incluso en público, de vez en cuando, sino las lágrimas silenciosas que bastaban para estropearle el maquillaje. Maldijo en voz baja mientras recuperaba el control y se secaba los ojos con un pañuelo. Entonces se abrieron las puertas automáticas del colegio y entró su marido.

—¿Jon? Dijiste que tenías una reunión.

—Sí. Le pedí a Charlie que me sustituyera. Si tienen alguna pregunta llamarán por teléfono, pero les dije que era importante que estuviera aquí.

Rachel sonrió y sintió un remolino de emociones que le resultaba ya familiar, pero que aún la confundía. Una oleada de amor por aquel hombre, tan apuesto con su traje de chaqueta azul oscuro, pero también un peculiar vacío, como si aquello no fuera suficiente, ya no, y tal vez nunca pudiera volver a serlo. El pensamiento permaneció, sin resolverse, hasta que la señorita Townsend atravesó la puerta de recepción un momento después y les invitó a pasar a su despacho.

 

—Rachel, Jon —la señorita Townsend hizo una pausa para mostrar lo que se suponía que era una mirada reconfortante, pero enseguida fue al grano—, ¿queríais verme?

Rachel no recordaba el momento en que la directora había empezado a tutearlos. Ella había ofrecido a cambio que el matrimonio la llamara por su nombre de pila, Emma, pero ellos no habían aceptado. Tal vez fuera por el bien de Gale, que tenía que seguir refiriéndose a ella por su título.

Rachel tomó aire para ordenar sus pensamientos. —Sí.

Había un tono combativo en el lenguaje corporal de la señorita Townsend que hizo que Rachel frunciera el ceño. Presintió la discusión que se avecinaba.

—Como sin duda sabe, mañana es un día muy importante para Gale, es el día en que cumple la misma edad que Layla, y queríamos preguntarle si lo celebraría diciendo algo a los niños —hizo una pausa—, como ya sabe, él todavía no está… recuperado del todo. Y podría ayudarle saber que el colegio aún considera que Layla forma parte de su pequeña comunidad.

La directora había comenzado dando la apariencia de escuchar con atención, pero ahora parecía un poco confundida.

—Perdona, ¿estás diciendo que mañana es el cumpleaños de Gale? —Se le arrugó la frente al preguntar.

—No. —Ahora era Rachel la que se sentía confusa. Había sido muy clara, ¿no?

—Porque creía que el cumpleaños de Gale era en agosto —continuó la directora—. Y no es el de Layla, porque celebramos su cumpleaños en marzo.

—No. —Rachel miró a su marido con frustración. «Ayúdame». —Ya sé que celebramos el cumpleaños de Layla. Lo que quiero decir es… —se detuvo. «Respira»—, es que mañana es el día en que Gale cumple la misma edad que Layla… el día que… ya sabe.

La directora frunció el ceño, seguía sin entender.

—Layla desapareció cuando tenía diez años y tres meses exactamente. Mañana Gale tendrá esa misma edad.

El ceño de la directora dejó de estar fruncido y dio paso a levantar las cejas.

—Ya veo. Sí, ahora lo entiendo.

Hubo otra pausa, mientras la señorita Townsend mostraba una gama de expresiones, como si estuviera considerando con cuál quedarse. Al final optó por una rápida sonrisa.

—Por supuesto. Puedo decir algo en la asamblea —luego, como si recordara conversaciones similares, prosiguió—. ¿Hay algo en particular que te gustaría que dijera? —Rachel rebuscó en su bolso y sacó una hoja de papel doblada.

—Sí, he escrito unas reflexiones y encontré una oración… —La familia Martin no era ni había sido nunca religiosa, pero la escuela sí—. Pensé que sería bueno que los amigos de Layla la escucharan mientras piensan en ella. —Le tendió un papel a la señorita Townsend, escrito con una letra pequeña y pulcra, para que lo cogiera.

La directora dudó. Se quedó con la boca abierta mientras parecía refinar su respuesta. Cuando llegó, sus palabras fueron cuidadosas, mesuradas.

—Por supuesto. —Sus ojos estudiaron el papel y era evidente que estaba asimilando todo lo que había escrito. Le dio la vuelta y encontró más texto. Se llevó un dedo a los labios y dio unos golpecitos—. Claro, es importante recordar que la mayoría de los amigos más íntimos de Layla ya no están aquí, en este edificio… —Aquí hizo una pausa durante la cual Rachel se puso tensa—. ¿Tal vez podría preguntarle al director de secundaria si podría leer estas palabras en su campus? —Aquí hizo una pausa, luego debió de notar la cara de Rachel, porque añadió rápidamente—: Al igual que yo aquí, por supuesto.

La directora sonrió como para asegurar que la sugerencia no era en modo alguno un intento de eludir la petición en su escuela. Pero entonces pareció armarse de valor y continuar.

—También debo decir que… —aquí empezó a ir más despacio, eligiendo las palabras como si pisara un campo minado— llega un momento en el que es importante dejar que los niños… no que sigan adelante exactamente, pero que no se detengan demasiado en una tragedia tan terrible.

Rachel sintió que en su cabeza empezaban a bajarse las persianas y la oscuridad la invadía.

—Tenemos el Jardín de Layla, los dos bancos arcoíris, y dedicamos la asamblea de marzo a su memoria, en el que habría sido su cumpleaños. —La señorita Townsend abrió las manos—. Como digo, la mayoría de los niños que están aquí ahora no la conocían tan bien.

—Pero conocen a Gale —interrumpió Rachel con lágrimas brotando de nuevo—. Es su hermano. Y saben lo que pasó. Todo el mundo sabe lo que pasó.

En ese momento Jon intervino. Tenía el don de saber hasta dónde dejar que Rachel insistiera y cuándo intervenir. Le tendió un pañuelo y se volvió hacia la directora.

—¿Cómo va Gale? Dijo que todavía había ciertas preocupaciones.

Por un momento pareció que la directora iba a estirar la mano y tocar a Rachel, pero se conformó con dejar que su gesto se torciera de nuevo, esta vez en una mirada que claramente quería indicar compasión. Luego se volvió hacia Jon.

—Todavía va un poco por detrás de los otros niños, pero académicamente está empezando a ponerse al día —contestó la señorita Townsend, y Rachel volvió a la conversación con un destello de ira. Gale llevaba meses «empezando a ponerse al día»—. Todavía nos preocupa un poco el aspecto social. Está claro que ha pasado por una experiencia terrible, y le llevará un tiempo superarlo. Pero sigue estando muy aislado, muy callado. No quiere participar. Parece querer pasar el mayor tiempo posible solo.

—¿Hay…? —Jon se pasó una mano por la barbilla. No se había afeitado esa mañana y, aunque no se le veía la barba ya que su pelo era aún más rubio que el de Layla, produjo un sonido áspero en el pequeño despacho—. ¿Hay alguien junto a quien puedas intentar sentarlo?

A Rachel la pregunta le olía a desesperación. La misma táctica que la escuela había sugerido en los primeros días, cuando Gale había vuelto unas semanas después del asesinato de Layla.

El colegio, la policía, la especialista en familias con la que habían trabajado al principio, todos habían asegurado a Rachel que los demás niños serían capaces de compartimentar. Podían comprender que, aunque la hermana mayor de Gale había sido secuestrada por un desconocido y su maltrecho y desnudo cuerpo había sido descubierto tres semanas después, el pequeño Gale podía seguir jugando al escondite y participando en las clases.

Sin embargo, era el propio Gale quien no quería tener nada que ver con los demás niños. Iba a la escuela con bastante obediencia, pero cuando estaba allí permanecía todo el día casi en completo silencio. En los recreos y a la hora de comer se iba hasta el otro extremo del recreo. Y si alguien se acercaba demasiado se alejaba aún más.

La conversación pasó a un terreno conocido. Las medidas que la escuela estaba tomando para apoyarle, las técnicas que aún podían intentar. Cómo iban las sesiones de Gale en la terapia de duelo. Pero no había nada nuevo que decir, y al final se hizo un breve silencio en el despacho. Entonces la directora preguntó lo que de verdad ocupaba su mente.

—¿Hay novedades de la policía? ¿Ha habido algún avance?

Jon se mordió el labio. Miró a Rachel, que hizo un leve movimiento con la cabeza, lo bastante pequeño como para que la señorita Townsend lo pasara por alto.

—¿Siguen investigando? —insistió la directora, intuyendo algo, pero sin entender—. Quiero decir, ¿están haciendo algo?

—Por supuesto —asintió Jon, y Rachel supo que iba a lanzar su explicación estándar. Su guía fácil de entender la vida como padre de un niño asesinado. Lo hacía tan bien que pensó, no sin cierta crueldad, que debería escribir un libro sobre ello: «Muerte de un hijo: guía para Dummies».

Pero entonces, tras la carta que habían recibido la semana pasada, parecía que tendrían que añadir un capítulo nuevo.

—No es para nada como se ve en la televisión —comenzó—. No hay un equipo de inspectores en una gran sala llena de pizarras blancas… A ver, los hay… pero no trabajan solo en el caso de Layla. —Jon suspiró, sacudió la cabeza, y en un instante Rachel vio lo cansado que estaba, lo mucho que esto lo estaba afectando a él también—. Lo que no te enseñan en las películas es lo sobrecargada de trabajo que está la policía… Tienen presupuestos, como cualquier organización. —Se encogió de hombros, derrotado.

—¿Pero todavía hay alguien trabajando en ello? —insistió la señorita Townsend. Como si ella estuviera más indignada que ellos, los padres de Layla.

—Sí… —asintió Jon con lo que parecía requerir un gran esfuerzo—. Hay un inspector, Kieran Clarke. Es el responsable del caso, y está haciendo mucho. Está intentando centrarse en el caso, pero… —Rachel le lanzó una mirada, advirtiéndole que no le contara a la directora el último capítulo de sus horrores. Él se frenó.

—Kieran está haciendo un trabajo fantástico. Toda la policía de hecho —intervino Rachel, la mentira le sonaba mejor que la verdad—. De hecho, tenemos una reunión con él esta semana, para hablar del caso.

Compartió una mirada con Jon que se vio interrumpida por el sonido de un teléfono móvil. El tono de llamada era el estribillo de una canción de Ed Sheeran; Layla lo había seleccionado y Jon aún no lo había cambiado por algo más moderno. Rachel sabía por qué no. Jon se disculpó, indicando tanto a Rachel como a la directora que era un asunto de trabajo y que tenía que atender la llamada. Mientras salía de la oficina contestó, explicando dónde encontrar un archivo.

Cuando Rachel se quedó a solas con la directora, el ambiente cambió de repente. Hubo un silencio, hasta que la señorita Townsend volvió a hablar.

—Bueno, Rachel —dio un gran suspiro—, siento mucho, muchísimo que te haya pasado todo esto. —Miró el papel sobre el escritorio—. Y me aseguraré de mencionarlo en la asamblea. Muchas gracias por traerlo.

Pero cuando Rachel miró a la directora, asintiendo firmemente con la cabeza, se dio cuenta de que ya no le importaba.

 

Capítulo 2

 

Al final de la jornada escolar, Gale Martin esperó a que su profesora llamara su nombre. Cuando lo hizo, se levantó y fue a recoger su mochila, para luego dirigirse al exterior, donde lo esperaba su madre, un poco apartada de los demás padres. Evitó su mirada mientras ella lo apretaba contra sí.

—¿Qué tal el día?

—Bien. —Gale dio la misma respuesta que la mayoría de sus compañeros daban a sus padres, pero con bastante menos emoción. Jamás se le ocurriría decirle a su madre cómo le había ido el día en realidad, sin ni siquiera la señora Gibbons para ofrecerle unos instantes de calidez.

A continuación, su madre le puso la mano en la espalda y lo impulsó a atravesar las puertas del colegio hacia el coche, ambos una pequeña burbuja de infelicidad en medio de la sensación de libertad y la emoción del final del día de sus compañeros y sus padres.

—Tenemos pizza para cenar —anunció su madre mientras cruzaban el umbral de su casa.

Gale no había dicho nada en todo el trayecto de vuelta. 

—Vale.

—¿Tienes deberes?

—No.

—Muy bien, ¿te apetece ver la tele? ¿O jugar al Minecraft?

—No, quiero ir a mi habitación.

Era la frase más larga que Gale había dicho en horas, posiblemente en todo el día, y las palabras se sintieron forzadas en su boca. Tragó saliva, mientras su madre asentía con tristeza, y subió las escaleras. Cerró la puerta de su dormitorio y se sentó en la cama. Respiró hondo una vez, luego otra.

—Hola —dijo.

La habitación permaneció en silencio. Gale miró a su alrededor, primero a la izquierda, donde estaba su armario junto a la puerta, y luego a la derecha, hacia la ventana.

—¿Hola? —llamó de nuevo. Esta vez hubo una especie de respuesta.

En el aire junto al armario se produjo una especie de perturbación. Si Gale lo hubiera observado de cerca, lo habría descrito como un resplandor plateado que se intensificaba y oscurecía, y luego se agrupaba con lentitud en una forma casi humana. Pero no estaba observando de cerca, solo esperaba, hasta que la perturbación en el aire se convirtió en algo reconocible, una imagen flotante semitransparente de su hermana Layla. Estuvo flotando un rato delante de él y luego se sentó a su lado.

Permanecieron así un buen rato, quizá media hora, sin moverse ni hablar. Entonces Gale, que ya se sentía un poco mejor, se tumbó boca abajo en la alfombra y empezó a jugar con sus bloques de Lego. Layla se movió y se tumbó frente a él. La habitación no era lo bastante grande como para que le cupieran las piernas, pero aquello no era un problema ya que desaparecían en la pared.

Gale se concentró un rato, construyendo y desmontando una grúa que le habían regalado en su último cumpleaños, y luego quitando las ruedas para hacer un coche. De vez en cuando levantaba la vista para comprobar que Layla seguía en la habitación. Y allí estaba, en silencio, observándole. Era tal y como la conoció en vida, salvo que ahora sus ojos estaban llenos de tristeza.

 

Llevaba así meses, y había llegado a parecerle bastante normal. La primera vez que Gale se dio cuenta de la presencia de Layla, no sabía qué palabra utilizar, pero quizá presencia fuera la más adecuada, fue unas semanas después de que encontraran su cuerpo. Al principio, apenas se había dado cuenta, entre el dolor y el desconcierto de todo lo que estaba ocurriendo. Primero vio su reflejo en el espejo del baño, pero cuando se volvió para comprobarlo, allí no vio nada. También creyó verla por el rabillo del ojo cuando iba por el pasillo de su casa, pero cuando se giró, Layla no estaba allí. Estaba convencido de que veía algo que solo él podía ver. Un destello de color que le recordaba a uno de sus vestidos o las gomas de colores que solía llevar en el pelo. Una mancha tambaleante en el aire que, de algún modo, parecía desdibujar lo que hubiera detrás.

Al principio ocurría con poca frecuencia, y era fácil ignorarlo o achacarlo a que estaba cansado y triste. Pero poco a poco los destellos se hicieron más comunes, más nítidos. Y también más duraderos. Si a veces Gale se giraba para ver lo que le había llamado la atención allí estaba ella, su silueta en el aire, suspendida por un momento antes de disolverse. Cada vez la visión duraba más, se hacía más fuerte, y se asentaba en lo que era sin lugar a dudas su forma.

Al final, fue capaz de fijar su mirada en ella, de ver a través de ella. Podía mirarla a la cara y sentir cómo su hermana le devolvía la mirada. Al cabo de unos meses la visión se había estabilizado, y era una aparición casi viviente que podía evocar casi a voluntad, cuando estaba en la casa. Y así lo hacía; siempre que estaba solo la buscaba, y la mayoría de las veces ella acudía. Sin embargo, por muy realista que pareciera esta versión transparente de su hermana muerta, había una cosa que ella nunca había hecho. Nunca había dicho una sola palabra.

Simplemente lo había observado. Había estado con él. Esperando.

Cuando comenzaron las apariciones se lo había contado a su madre, aunque temía que se enfadara, pues su dolor era impredecible. Pero su madre fue comprensiva y lo animó a contárselo también a su terapeuta, Karen, a quien veía todos los sábados. Karen le había explicado que era algo natural, normal en estos casos, y que no tenía por qué preocuparse. En realidad no estaba viendo a Layla, le explicó, sino que una parte de su cerebro llamada subconsciente la había creado. Le puso un ejemplo. «Imagínate que te sientas en el cine y ves a Evil Knievel saltando con su moto por el Gran Cañón. Sería muy dramático y emocionante, pero en realidad no lo estaría haciendo en el cine: sería tan solo una imagen creada por un proyector, oculta en la oscuridad.»

La analogía estuvo a punto de fracasar, ya que la terapeuta tuvo que explicarle quién era Evil Knievel, y durante un rato se sentaron a ver vídeos de YouTube de ese americano loco saltando por encima de todo tipo de cosas en su moto. Pero Gale captó la idea.

Según le explicó Karen, ver a Layla era algo que ocurriría durante un tiempo y que dejaría de ocurrir gradualmente a medida que él empezara a sentirse menos triste y menos solo, y que sería buena señal. A medida que se curase del trauma de la muerte de su hermana, ella dejaría de aparecer. Pero esa parte nunca tuvo mucho sentido para Gale, porque en realidad él se sentía menos triste y menos solo cuando Layla estaba allí con él.

Y así, a pesar de que las visiones de su hermana siguieron aumentando en fuerza y frecuencia, dejó de informar de ellas a Karen o a su madre. Cuando le preguntaban si seguían ocurriendo, mentía y les decía que ya no. Pasó un año sin que la mencionara, y parecía como si Karen y su madre se hubieran olvidado de que había visto nada. Pero, en secreto, la silenciosa visión de Layla que tenía casi cada vez que iba a su dormitorio era casi tan clara como la de una persona real.

Y nadie excepto Gale sabía que estaba allí.

 

Desde el piso de abajo, Gale oyó la voz de su madre diciendo que la cena estaba lista. Con cuidado, y un poco a regañadientes, dejó el Lego en el que había estado trabajando.

—Tengo que bajar a cenar —anunció de manera automática al tiempo que se levantaba del suelo.

Pero entonces ocurrió algo que no había sucedido antes.

—Vale —respondió Layla.

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